Kratos Juan Alfonso Mejía El Gobernador del Estado de Sinaloa propuso esta semana a los dirigentes de los distintos partidos la posibilida...
Kratos
Juan Alfonso Mejía
El Gobernador del Estado de Sinaloa propuso esta semana a los dirigentes de los distintos partidos la posibilidad de alargar el periodo de los próximos alcaldes y diputados a elegirse en el 2016. En lugar de elegir a los alcaldes por un periodo de un año y diez meses, y a los diputados por dos años, el primer mandatario proponer alargar el periodo de ambos hasta 4 años y 10 meses. De concertarse esta medida, lo sinaloenses nos ahorramos otra elección en 2018 y realizamos todas hasta 2021; de aprobarse, sugiere no puedan reelegirse hasta quienes los sucedan.
Visto tal y como se presenta la información, suena interesante. Pero, ¿es todo?
Carezco de cualquier elemento que me permita señalar algo así como: “aquí hay culebra en el agua”. Nada que hable de una teoría de complot. Tan sólo unos argumentos técnicos que hablan de las consecuencias de una decisión de esta naturaleza; sólo eso: consecuencias. Espero sean de utilidad para quienes “toman las decisiones”, al tiempo que de pie a un intercambio serio sobre el tipo de sistema político que hemos (de)generado. El 2016 es una oportunidad para reflexionar al respecto.
Hace algunos años atestigüé un interesantísimo debate originado en Francia. Las principales fuerzas políticas discutían sobre la conveniencia de reducir el mandato presidencial, pasarlo de 7 a 5 años. Las ingenuidades terminaron pronto, pues de manera súbita quedó establecido que no se trataba de análisis a partir de la variable sobre la noción del “tiempo”. Lejos de ello, el fondo del problema era la concentración del poder.
Algunos “interesados” en apoyar el Quinquenio en Francia plantearon el problema como un asunto de longevidades, de ritmos en la transformación de una nación. Tomaron el ejemplo de François Mitterrand (Partido Socialista), Presidente de la República francesa de 1981 a 1988, reelecto hasta 1995. 14 años en el poder, ¡eran muchos años! Además, según los portavoces de esta postura, toda transformación tenía mayores complejidades si los presidentes en turno eran los mismos. El país requería dinamismo.
La generosidad del planteamiento vino de las fuerzas vivas de la Unión por la República (RPR), el partido del presidente Jacques Chirac. Electo en 1995, con altísimas posibilidades para ser reelecto por un próximo mandato de siete años en 2002, el Jefe de Estado promovía un mandato de cinco; es decir, un político que renuncia súbitamente a dos años de poder. Sonaba ilógico, por no decir anti-natura.
Con un poco de experiencia y un tanto de técnica, se detectó el “meollo” del asunto. Dado que tenía altísimas probabilidades de ser reelecto, Jacques Chirac se negaba a compartir el poder durante su próxima presidencia. Si tenía que renunciar a dos años a cambio de tener mayor control sobre las dos cabezas del Ejecutivo, la jefatura de Estado y el Primer Ministro (el Gobierno), estaba dispuesto a hacerlo.
Los expertos electorales tuvieron una idea, siempre con un soporte “técnico”: la reducción del mandato. Juntaron las elecciones al Parlamento y a la Presidencia, de esa forma trataron de otorgarle “ambas mayorías” a quién ganara la Jefatura de Estado.
La experiencia fue muy útil para este razonamiento, no sólo la técnica. Durante los años de Mitterrand, en Francia se dio un fenómeno poco usual en los sistema políticos parlamentarios. El fenómeno de la Cohabitación implica que el elector vote por una mayoría a la presidencia de la República y por otra al Parlamento. Las posibilidades de lograrlo eran muy ampliar, dado que las elecciones de uno y otro varías en cuanto a términos. Mientras el presidente era electo por siete años, el Gobierno no necesariamente (formado a partir del voto de los diputados pertenecientes al partido que detente la mayoría).
Mitterrand fue el primero en experimentar esta receta. Sin embargo, los franceses hicieron de este acuerdo algo “común”. Así, mientras Chirac ganó la elección presidencial en 1995, los electores lo obligaron a compartir el poder con un gobierno emanado de la izquierda de 1997 a 2002; ¡cinco años de los siete que fue presidente! (¿Qué chiste tiene gobernar así?, dirían algunos.
Con el quinquenio aprobado por el Congreso, Chirac resultó electo presidente por un segundo mandato. Su partido quedó en primer lugar en la Asamblea. Entonces, los diputados nombraron Primer Ministro al hombre que el presidente decidió. Durante cinco años, Jefe de Estado y Primer Ministro (responsable de formar Gobierno), concentraron el poder.
La propuesta de Mario López Valdéz a los partidos en Sinaloa puede no tener ninguna otra inquietud, más que ahorrarle varios “pesos y centavos” a los sinaloenses. Sin embargo y, más allá de lo problemas legales que dicha iniciativa provoca, señalados por múltiples actores a lo largo de estos días, la elección de diputados y alcaldes por el mismo periodo que el próximo Gobernador anularía de tajo los probables equilibrios “rescatables” para la próxima administración. Sinaloa se encontraría, muy probablemente, con un Gobernador que controlaría todo, no sólo de fondo, sino también en la forma. ¿Queremos eso?
A este estado le han faltado equilibrios. Y, hay que señalarlo, no es culpa del Ejecutivo. Ningún mandatario, ningún político, esta dispuesto a compartir el poder. Si esto se ha dado, se debe a la fragilidad de otros actores, especialmente los supuestos partidos de “oposición”.
Valdría la pena reflexionarlo. No es una cuestión de tiempo, alargar los plazos de los próximos gobernantes; sino de poder, ¿qué tanto poder le queremos entregar al próximo mandatario?
Que así sea.
Juan Alfonso Mejía
El Gobernador del Estado de Sinaloa propuso esta semana a los dirigentes de los distintos partidos la posibilidad de alargar el periodo de los próximos alcaldes y diputados a elegirse en el 2016. En lugar de elegir a los alcaldes por un periodo de un año y diez meses, y a los diputados por dos años, el primer mandatario proponer alargar el periodo de ambos hasta 4 años y 10 meses. De concertarse esta medida, lo sinaloenses nos ahorramos otra elección en 2018 y realizamos todas hasta 2021; de aprobarse, sugiere no puedan reelegirse hasta quienes los sucedan.
Visto tal y como se presenta la información, suena interesante. Pero, ¿es todo?
Carezco de cualquier elemento que me permita señalar algo así como: “aquí hay culebra en el agua”. Nada que hable de una teoría de complot. Tan sólo unos argumentos técnicos que hablan de las consecuencias de una decisión de esta naturaleza; sólo eso: consecuencias. Espero sean de utilidad para quienes “toman las decisiones”, al tiempo que de pie a un intercambio serio sobre el tipo de sistema político que hemos (de)generado. El 2016 es una oportunidad para reflexionar al respecto.
Hace algunos años atestigüé un interesantísimo debate originado en Francia. Las principales fuerzas políticas discutían sobre la conveniencia de reducir el mandato presidencial, pasarlo de 7 a 5 años. Las ingenuidades terminaron pronto, pues de manera súbita quedó establecido que no se trataba de análisis a partir de la variable sobre la noción del “tiempo”. Lejos de ello, el fondo del problema era la concentración del poder.
Algunos “interesados” en apoyar el Quinquenio en Francia plantearon el problema como un asunto de longevidades, de ritmos en la transformación de una nación. Tomaron el ejemplo de François Mitterrand (Partido Socialista), Presidente de la República francesa de 1981 a 1988, reelecto hasta 1995. 14 años en el poder, ¡eran muchos años! Además, según los portavoces de esta postura, toda transformación tenía mayores complejidades si los presidentes en turno eran los mismos. El país requería dinamismo.
La generosidad del planteamiento vino de las fuerzas vivas de la Unión por la República (RPR), el partido del presidente Jacques Chirac. Electo en 1995, con altísimas posibilidades para ser reelecto por un próximo mandato de siete años en 2002, el Jefe de Estado promovía un mandato de cinco; es decir, un político que renuncia súbitamente a dos años de poder. Sonaba ilógico, por no decir anti-natura.
Con un poco de experiencia y un tanto de técnica, se detectó el “meollo” del asunto. Dado que tenía altísimas probabilidades de ser reelecto, Jacques Chirac se negaba a compartir el poder durante su próxima presidencia. Si tenía que renunciar a dos años a cambio de tener mayor control sobre las dos cabezas del Ejecutivo, la jefatura de Estado y el Primer Ministro (el Gobierno), estaba dispuesto a hacerlo.
Los expertos electorales tuvieron una idea, siempre con un soporte “técnico”: la reducción del mandato. Juntaron las elecciones al Parlamento y a la Presidencia, de esa forma trataron de otorgarle “ambas mayorías” a quién ganara la Jefatura de Estado.
La experiencia fue muy útil para este razonamiento, no sólo la técnica. Durante los años de Mitterrand, en Francia se dio un fenómeno poco usual en los sistema políticos parlamentarios. El fenómeno de la Cohabitación implica que el elector vote por una mayoría a la presidencia de la República y por otra al Parlamento. Las posibilidades de lograrlo eran muy ampliar, dado que las elecciones de uno y otro varías en cuanto a términos. Mientras el presidente era electo por siete años, el Gobierno no necesariamente (formado a partir del voto de los diputados pertenecientes al partido que detente la mayoría).
Mitterrand fue el primero en experimentar esta receta. Sin embargo, los franceses hicieron de este acuerdo algo “común”. Así, mientras Chirac ganó la elección presidencial en 1995, los electores lo obligaron a compartir el poder con un gobierno emanado de la izquierda de 1997 a 2002; ¡cinco años de los siete que fue presidente! (¿Qué chiste tiene gobernar así?, dirían algunos.
Con el quinquenio aprobado por el Congreso, Chirac resultó electo presidente por un segundo mandato. Su partido quedó en primer lugar en la Asamblea. Entonces, los diputados nombraron Primer Ministro al hombre que el presidente decidió. Durante cinco años, Jefe de Estado y Primer Ministro (responsable de formar Gobierno), concentraron el poder.
La propuesta de Mario López Valdéz a los partidos en Sinaloa puede no tener ninguna otra inquietud, más que ahorrarle varios “pesos y centavos” a los sinaloenses. Sin embargo y, más allá de lo problemas legales que dicha iniciativa provoca, señalados por múltiples actores a lo largo de estos días, la elección de diputados y alcaldes por el mismo periodo que el próximo Gobernador anularía de tajo los probables equilibrios “rescatables” para la próxima administración. Sinaloa se encontraría, muy probablemente, con un Gobernador que controlaría todo, no sólo de fondo, sino también en la forma. ¿Queremos eso?
A este estado le han faltado equilibrios. Y, hay que señalarlo, no es culpa del Ejecutivo. Ningún mandatario, ningún político, esta dispuesto a compartir el poder. Si esto se ha dado, se debe a la fragilidad de otros actores, especialmente los supuestos partidos de “oposición”.
Valdría la pena reflexionarlo. No es una cuestión de tiempo, alargar los plazos de los próximos gobernantes; sino de poder, ¿qué tanto poder le queremos entregar al próximo mandatario?
Que así sea.